sábado, 7 de noviembre de 2009

La carencia de políticas de Estado


El salvaje atentado contra el ex futbolista Fernando Cáceres, que lucha en estas horas por salvar su vida, nos vuelve a enfrentar con la cuestión de la inseguridad, que es, pese a la indiferencia que despierta en los círculos gobernantes, la que más preocupa a los argentinos.

Mientas tanto, con total desparpajo, asistimos a las públicas rencillas entre el actual Secretario de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires y su antecesor y entre funcionarios nacionales con los de de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en el medio de la cual, como una mueca siniestra, todos los ciudadanos continuamos siendo rehenes de los delkincuentes.

Los ricos pueden pagarse una seguridad privada, que no impide absolutamente los delitos pero que sin dudas contribuye a limitarlos.

Los pobres, en cambio, en esta Argentina en que el Estado cada vez absorbe más funciones que no debe desempeñar y se desentiende de aquellas que son su propia razón de existir, parecen librados a la buena de Dios.

Por eso combatir la inseguridad es mucho más que modificar algunas leyes. Es nada menos que reconstruir el Estado para que cumpla con su rol fundamental de ejercer eficazmente el monopolio de la fuerza pública.

Pero el gobierno, luego de seis años erráticos en la materia, no puede mirar para otro lado y seguir jugando a ser un comentarista de la realidad. Si hay defectos, que se corrijan, pero ningún país puede vivir sin confiar en su policía.

Es hora de replantear completamente el enfoque. Cuesta creer que lo pueda hacer un gobierno que ha probado largamente su falta de vocación para asumir la realidad tal cual es.

Hay cuatro principios, en el aquí y ahora, pero que deben sostenerse en el tiempo:

1) Entender la seguridad como una política de Estado, desideologizando la cuestión;

2) Impunidad cero;

3) Actuar en el campo de la prevención del delito, en la etapa pretérita a la comisión del mismo, a través de políticas preactivas y no con actitudes reactivas;

4) Cumplimiento efectivo de la ley, con el efecto disuasivo que ese compartimiento trae aparejado.

Desde luego que ello debe ir acompañando de activas políticas en diversas temas, como la erradicación de la pobreza, la inclusión social, una justa distribución de la riqueza, la lucha contra el flagelo del narcotráfico y el “paco”, y por supuesto, ubicando al tope de todas estas acciones multidisciplinarias el tema de nuestro tiempo: la educación, el antídoto más eficaz contra la pobreza, la violencia, la exclusión y el prebendarismo político.

ASIGNACIONES A LA NIÑEZ

El gobierno anunció pomposamente la puesta en práctica de una iniciativa que desde hace tiempo postula una parte de la oposición, la de una asignación a la niñez.

Pero como todo en el universo kirchnerista, esto se ha hecho de manera improvisada y mal.

En primer lugar, asombra que los fondos para financiar el sistema surjan de los recursos de los jubilados. No parece que el de nuestra clase pasiva sea un sector especialmente robusto en materia económica como para pedirle que subsidie a otro.

Por otra parte, falta el elemento central que debería tener el esquema, según las iniciativas de la oposición, ya que no es universal.

Y esa falta de universalidad se agrava porque estos subsidios no se repartirán por parte del Estado de manera objetiva, sino que son entregados a intermediarios para que estos a su vez los distribuyan con un criterio clientelístico.

Así, en un reciente reportaje televisivo, la senadora Duhalde explicó cuál fue el criterio del reparto en Lomas de Zamora, donde uno de los designados para la distribución es el interventor del COMFER, señor Mariotto.

De manera que en lugar de darle a la asignación por hijo el carácter de un derecho, se lo entiende como una concesión graciosa que otorgan el monarca y sus cortesanos a la plebe.

Kirchner hace lo de siempre: tapa con un manto progresista, todo adornado de firuletes retóricos, lo que no es sino el ejercicio más descarnado del poder prebendario.

EL NUEVO CRUCE DE LOS ANDES

La presidenta de la Nación viajó a Chile para firmar acuerdos bilaterales con la presidenta chilena.

Aún sin conocer en detalle el contenido de esos acuerdos, desde ya todo lo que se haga por la integración con nuestros vecinos debe ser bienvenido.

Por supuesto, no basta con firmar rimbombantes declaraciones. Se requiere una verdadera cultura de la integración, que el kirchnerismo está lejos de acreditar en estos largos 6 años de gobierno. Basta tener en cuenta el absurdo diferendo con el Uruguay o los recientes conflictos comerciales con Brasil.

Pero me quiero detener en un episodio más bien anecdótico, si no fuera que revela un patrón de conducta constante en el matrimonio presidencial.

En su discurso con motivo de la firma de los acuerdos, nuestra presidenta, siempre proclive al tono épico, comparó esos tratados comerciales con el cruce de los Andes.

La idea ya era lo suficientemente disparatada, porque afortunadamente la señora de Kirchner no arriesgó su pellejo en ese cruce, que no fue además a lomo de burro sino en un confortable avión.

Pero la presidenta no pudo con su genio y agregó que ese acto era superior al de San Martín porque no se realizaba para enfrentar al país vecino, sino para unir lazos con él.

Algún asesor debería informarle a la presidenta que San Martín no cruzó los Andes para pelearse con los chilenos, sino para luchar junto a estos por la independencia de Chile y de América.

Las confusiones y erratas, tan comunes en nuestra primera mandataria, se deben a su vocación por improvisar (medidas de gobierno y discursos) y por contarnos una historia que, a fuerza de pretender apartarse de la "oficial", parece querer construir un Billiken al revés, en el que los héroes y los patriotas resultan todos sospechosos, y la historia argentina consiste en una larga serie de padecimientos hasta la salida triunfante del sol, el 25 de mayo...no de 1810, sino de 2003, en el que El y Ella nos fueron enviados desde el sur por la Providencia para librarnos de tanta infamia acumulada.

Fuente: Notiar

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