martes, 3 de noviembre de 2009

La Argentina acumula hoy mucho odio y el responsable político y autor intelectual es el matrimonio Kirchner

Las palabras no siempre son representativas de manera absoluta del pensamiento de los seres humanos. De ser así, no existiría la hipocresía. Llamamos hipócrita a un individuo que dice exactamente todo lo contrario de lo que piensa y siente. “Es un hipócrita”, suele decirse sobre la persona que miente alevosamente, y se coloca exactamente en las antípodas de lo que realmente considera.

Por eso, juzgar literalmente las palabras puede llevar a errores. Porque si escucho a un jefe político hablar de paz, amor, tolerancia, benevolencia, de poner la otra mejilla –como reza el evangelio cristiano-, y las tomo al pie de la letra, digo: “¡Qué bien! ¡Cuánta nobleza!”. O, en términos más contemporáneos: “¡Qué buena onda!”.

Esta persona no está hablando de odio, no predica la revancha, no se está manifestando explícitamente con lenguaje visceral, beligerante, belicoso, dañino, venenoso, tóxico. ¡No! Habla de amor, de poner la otra mejilla: “¡No nos dejaremos provocar!”, “¡No entraremos en la provocación!”, “¡No seremos parte del juego!”.

Sin embargo, cuando uno introduce el escalpelo por debajo de la costra de hipocresía, advierte que se registra en la Argentina de hoy –y esto es responsabilidad central del gobierno kirchnerista, con seis largos años en el poder- la instalación de un clima y una práctica en la que el odio, la revancha y la crispación –palabra tan mentada y sin embargo tan cierta- se han apoderado de nuestra vida cotidiana.

Esto es lo que pretendo decir con estas palabras. Si hay un elemento característico de estos últimos años -y en particular a partir de la instalación y consolidación del gobierno de Néstor Kirchner-, algo que define como rasgo predominante lo que vivimos y respiramos -y cómo esto se introduce en las familias, en las relaciones personales, en los encuentros entre amigos, en las parejas, en los vínculos amorosos, en la relación entre padres e hijos-, ese algo es un irredentismo ideológico, rancio y belicoso.

Estamos impregnados de una suerte de leche cortada nacional, que treinta o cuarenta años después de hechos de sangre que marcaron los años ’60 y ’70 de la Argentina, pareciera plantear que una vez más hay un clima de intimidación vanguardista. Se fortalece la convicción de que quienes gobiernan tienen una verdad superior, iluminada, en contra de una clase media alienada y sometida por la conducción ideológica de clases supuestamente reaccionarias y anti populares.

Esto es, a mi parecer, lo dominante de esta época: la creación artificial –y sin embargo, terriblemente exitosa- de un clima de odio que ha calado más profundo de lo que la mayoría de nosotros quiere admitir, y que viene cortando relaciones, azuzando choques generacionales y envenenando inclusive la vida íntima de los seres humanos.

Es un odio artificial, y sin embargo poderoso; soliviantado y fogoneado desde el centro del poder desde mayo de 2003. Éste es un dato central que más temprano que tarde los argentinos vamos a tener que evaluar, y sobre el que deberemos dar una vuelta de página.

La Argentina acumula hoy mucho odio, mucha bronca, mucha visceralidad ideológica, realidad de un dato cuyo responsable político y autor intelectual es el gobierno del matrimonio Kirchner.

Fuente: La Mirada de Pepe Eliaschev

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