viernes, 29 de enero de 2010
El repentismo y la gracia son espontáneas bendiciones que Cristina Kirchner no posee.
Por Beatriz Sarlo
"Yo estimo que es mucho más gratificante comerse un cerdito a la parrilla que tomar Viagra." Ya está colgado en YouTube, lo cual me exime de seguir transcribiendo el video y ser acusada de denigrar a la Presidenta por citar sus intervenciones sobre chanchos, pollos y buitres. No quiero imaginar los chistes que Aníbal Fernández habría repartido por todos los programas de la mañana si los dichos de Cristina Kirchner hubieran salido de una cabeza opositora. Aún nos estaríamos riendo.
Algunos estilos son refractarios a quienes, por razones misteriosas, no los dominan de manera espontánea. Se le puede pedir a alguien que sea cortés, pero no se le puede pedir que sea simpático. Lo mismo sucede con el humor.
Las ocurrencias de Aníbal Fernández son buenas, aunque sean insultantes y tengan una resonancia lumpen.
Luis Juez remata una intervención política con finales de ese humor popular cordobés que la revista Hortensia consagró por escrito hace muchos años.
Juez y Fernández no son iguales excepto en un punto: hacen buenos chistes. Reconocer esto implica colocar el resorte del humor en un más allá de lo políticamente correcto, como lo prueba el corpus de chistes sobre gallegos, polacos o judíos. Muchos buenos chistes transmiten ideologías repudiables.
Es dificilísimo hacer buenos chistes y ser didáctico al mismo tiempo. Demasiado confiada en su facilidad de palabra, la Presidenta ha comenzado a comportarse como esos profesores que, para ganar la atención de sus alumnos, amenizan la clase con ocurrencias que sus destinatarios reciben con una pregunta crítica: "¿Y ahora, por qué se está haciendo el gracioso si no le sale?". O más crudamente: "Patinó".
Vocación didáctica
En efecto, la Presidenta, sobre cuya vocación didáctica no quedan dudas, parece haber entrado en esos períodos de inseguridad que provocan cambios de estilo. Ahora quiere ser didáctica y entretenida, dos cualidades que rara vez conviven, como lo demuestran los dilemas de la pedagogía contemporánea. O quiere ser pedante y agradable, algo que no se dio nunca al unísono en la historia de la humanidad.
Impartir una clase sobre los cerdos, practicar el estilo negro con los buitres y hacerse la graciosa es sencillamente un despropósito. Nadie se convierte en humorista a los 57 años. Si lo intenta, obtendrá estos resultados patéticos e insalvables.
Muchos dicen que la Presidenta "habla bien". En realidad, "hablar bien" significa conocer cuáles son los registros verbales que se dominan y cuáles son ajenos.
Cristina Kirchner se mueve con soltura en las explicaciones y su registro es el didáctico. Da la impresión de que siempre está leyendo algo aprendido, aun cuando se esfuerza por no leer nunca. El repentismo y la gracia son espontáneas bendiciones que no posee. Nadie puede exigirle esas cualidades.
Ignora también que a las mujeres les resulta muy difícil hacer buenos chistes, por razones culturales de larga duración, entre ellas, el temor al ridículo. Cristina Kirchner, que anda siempre hablando de lo que les cuestan las cosas a las mujeres, carece de la sensibilidad para percibir este dato evidente.
Entonces, ¿por qué se le dio por esos intercalados zoológicos en sus últimos discursos? Está haciendo pruebas en público, lo cual, en el caso de un presidente, es siempre un riesgo; simplemente, no se da cuenta de que sus dichos suenan disparatados, y, finalmente, no hay nadie en su entorno que pueda darle un consejo.
Añoramos el pasado. A Cristina Kirchner la preferimos pedante y sarcástica antes que ridícula, por una sola razón: es la Presidenta.
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